Encuentro en el acto de la creación, el nacimiento de un amanecer en mis manos y, al terminar, un ocaso que no revela sino la víspera de una nueva gestación: mis hijos son los que vendrán y, en tanto, son mis cuentos, mis novelas, mis poesías y mis jabones. Y también la contemplación de las cáscaras de límón y naranja que, casi casi casi imperceptiblemente, se destiñen sumergidas en el alcohol. Y en ese juego a veces doloroso y amoroso de mezclas de esencias con etílico o de cereales o pétalos de rosas o canela se desprende de mi interior el alquitrán que se pegó en y con los años. Ahora después queda solo perfume, gusto a limoncello: las manos percudidas, pero perfumadas, como las de papá.
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